El Sábado 5 de Octubre, en el Instituto Superior se realizó el Acto conmemorativo a las promociones de egresados que celebran sus Bodas de Plata y de Oro.
Hola, gente querida!!! Gracias por estar acá!!! Se nos nota felices…
Términos poco ortodoxos para comenzar a enhebrar algunas palabras el día en que celebramos los 50 años de egresadas como Promoción del 69. Pero es que es así como se recibe a la familia, a los amigos, cuando llegan a casa. Y nosotras volvemos a casa para encontrarnos, para reconocernos tan parecidas y tan diferentes a aquellas casi adolescentes que traspusimos el umbral del viejo edificio de calle San Martín, con esa escalera alta que subimos, peldaño a peldaño, vestidas con nuestro uniforme a cuadritos celestes y blancos, con una corbata roja en la que se leía PJI. Subíamos con el temor que despiertan las cosas nuevas, pero con la seguridad de que íbamos tras un sueño: el de convertimos en maestras jardineras de la mano con otras que perseguían lo mismo y acompañadas de quienes nos enseñarían aún más de lo que veníamos a buscar.
Nos convocaban los niños. Pero, ¿quiénes eran?, ¿qué querían?, ¿cómo acercárselo?, ¿a través de qué?, ¿cómo saber lo que era propio para darles en cada momento?
Había gente preparada para respondernos: nuestras profesoras, nuestras acompañantes, nuestras enseñantes. Aprendimos de la Doctora Faisal qué era esperable a cada edad, más allá de que supimos que al hacerle caso a nuestra vocación seríamos tres veces mujer: mujer, maestra y madre. Tampoco sabíamos que alguna vez existiría la goma eva, por lo que varios fines de semana pasamos recortando madera terciada, con sierrita, para pintar después con esmalte los elementos con los que enseñaríamos lo que era un conjunto; hubo que fabricar muñecos, alguno de los cuales ¡hasta vistió tapado de piel!; aprendimos que al mundo de los chicos se ingresa, como vía directa, a través del juego y de las canciones que nos enseñaba la profesora de música a quien hacíamos renegar a veces (éramos adolescentes) y, enojada, cerraba el piano y nos intimidaba diciéndonos que se iría; aprendimos a elegir cuentos y a contarlos; nos mostraron cómo preparar las clases (y tuvimos que darlas, después!!!): qué recursos seleccionar, qué contenidos, qué objetivos formular; entendimos cómo leer a María Inés Cordeviola de Ortega, qué nos decían las hermanas Agazzi, María Montessori y Piaget, y más… Aprendimos a reírnos por tonterías y a enojarnos por lo mismo, a perdonar y reconciliarnos. En fin: nos entrenamos también para vivir. Porque pasamos dos años allí, dos años de nuestra historia que, para todas, seguramente han sido primordiales.
Después de aquel caluroso diciembre del 69, cada una se fue con su mochila del alma cargada de herramientas para iniciarse en el mundo de la docencia. Algunas por muchos años, otras por menos, pero todas sabiendo que éramos ricas en oportunidades. Nuestra diáspora se dio a lo largo y ancho de nuestro país: viajamos a lugares más cercanos o más distantes de la provincia de Santa Fe, Jujuy, Salta, La Rioja, Córdoba, La Pampa, Chaco, Corrientes, Neuquén, Río Negro, Entre Ríos. Y espero, en tan larga nómina, no olvidarme de nadie que partió a “hacer patria” con su quehacer. Con esa gente que se largó se mantuvo contacto en algunas ocasiones. Pero con otra…¡qué ímprobo trabajo se tomaron quienes estuvieron a cargo de la organización de este encuentro!!! Nelly, Delia, Rosita, y tantas más, buscaron hasta debajo de las piedras para hallarlas. Pero…¿saben qué? ¡Las encontraron!!! El amor hace milagros.
Con distintos caminos recorridos todas nos hemos realizado. Como docentes hemos sembrado y cosechado los frutos de la dedicación a la tarea de educar, y en esas simientes estaba también lo internalizado en los años de formación.
Nos encontramos, con alegría, siendo tal vez las mismas, pero…¡tan distintas! Permanece el fueguito de la vocación compartida, pero maduramos inmersas en nuestros propios cambios y en los de la historia, en los de la educación que se fue transformando, ajustándose a los tiempos…
En algunos momentos en que desarrollamos nuestra carrera docente el contexto no fue fácil. Sin embargo hoy, cuando nos encontramos con nuestros alumnos, aquellos chiquitos que recibimos nos sorprenden devenidos en hombres y mujeres de bien que llevan en su corazón algo de lo que les entregamos, así como nosotras llevamos también algo o mucho de ellos.
Al pensar qué decir hoy recordé un texto de José Saramago que propone: “Déjate llevar por el niño que fuiste, por el adolescente, el joven, por el estudiante iluso, desolado, desesperanzado, aturdido que fuiste, por todo lo que significa esto”, porque no es sencillo sorprender a alguien con ideas originales. Sólo hay que permitir que la emoción fluya y se transforme en una luz intensa. Y traté de aceptar que mis palabras aparecieran así, filtrándose, derramándose en la pantalla de la computadora, mientras recordaba.
Creo que somos como un árbol grande, frondoso, que germinó de una semilla del destino, que nos ubicó en esa aula de bancos apretados con balcón hacia la calle, y que creció alimentado por el tiempo compartido, por las experiencias comunes, por las diferencias enriquecedoras. Cada una de nosotras es una hoja que le da color y vida a ese tronco. Algunas ya cayeron, pero continúan fecundando el suelo en el que este árbol se alza. En cada encuentro sentimos su presencia al evocar sus nombres y una sonrisa suave, como el mejor recuerdo, aparece en el rostro.
Si un niño que nos interpeló y despertó nuestra vocación pudo marcar diferencias en nuestras vidas, imagínense cuánto podemos hacer todavía. Y más aún si se lo emprende desde una actitud lúdica placentera, en la que se deje desplegar la creatividad, la imaginación, el compromiso, la experiencia, el afecto. Rosarito Vera Peñaloza decía: «Así es mi vida …., crees que estoy jugando, pero en realidad estoy trabajando». Ojalá haya sido así la nuestra y en nuestro futuro sigamos jugando.